Altillo De Las Letras
martes, 10 de octubre de 2017
TIEMPO...SABIO TIEMPO...SABIO...
El tiempo todo lo cura
tal vez todo se olvida...
...con el tiempo...
Nuestras cabezas blancas
que el tiempo arrugó
ya no tienen más tiempo
nuestra memoria sin tiempo
se marchitó en el olvido
sólo queda una flor
en el recuerdo
del tiempo...sin tiempo
Nora Ibarra
Brasil 2017
martes, 27 de septiembre de 2016
Sabores
A veces diria
que estás amargo
Por momentos
se te filtra la ironia
y te tornas agridulce
La mirada melosa
te deja vulnerable
crudo
casi sin asar
Después retornas
a la normalidade salada
de las lágrimas
Um dejo apimentado
te trae de nuevo
a la punta de la lengua
la misma con
la que supiste acariciar
Nora Ibarra
Florianópolis-Brasil Septiembre 2016
lunes, 29 de agosto de 2016
Sin Rumbo
Creo que la vida duele menos si transformamos sus vicisitudes en aventuras.
Fue lo que me propuse para mitigar la angustia. Vieja camarada de muchos años.
Siempre desentoné en los arquetipos humanos. Fui demasiado fino en lo rústico y tosca en lo refinado. Incomprendida para el miserable. Despreciada por el erudito. En síntesis, una desclasada social.
Para resguardarme del despojo convertí la ficción en mi realidad. Un buraco oscuro...profundo...me asedia donde quiera que voy. Nuevamente andar entre sueños y fantasmas. Con mansedumbre dejarme llevar por el compás absurdo de la nada.
Nora Ibarra
Fragmento de mi futura novela
Arroz con Frijol - Diario del Auto-Exilio
miércoles, 17 de agosto de 2016
A los Desaparecidos de mi Pais
Jinetes apasionados
marchan orgullosos
llevando como estandarte
el ideario de la igualdad
Los escucho
Los veo pasar
Ignoran con vehemencia
la negrura de la crueldad
Manitas tiernas
los rozarán en el tiempo
Corazones envueltos
en pañuelos blancos
Antorchas flameantes
de la memoria activa
Los escucho
Los veo pasar
Corean al unísono
Nunca Más!
Nora Ibarra
Brasil - Agosto 2016
jueves, 30 de junio de 2016
Tic Tac
Mi memoria está desvanecida
Solo recuerda olvidar
Tic tac...tic tac
Suena el tiempo desde algún lugar
Y un tango me trae
desde lejos
la añoranza de no estar
tic tac...tic tac
Suena el tiempo desde algún lugar
Nora Ibarra
Brasil - Junio 2016
Solo recuerda olvidar
Tic tac...tic tac
Suena el tiempo desde algún lugar
Y un tango me trae
desde lejos
la añoranza de no estar
tic tac...tic tac
Suena el tiempo desde algún lugar
Nora Ibarra
Brasil - Junio 2016
viernes, 10 de junio de 2016
lunes, 9 de mayo de 2016
El Diario de Magdalena (fragmento)
EL DIARIO DE MAGDALENA
El teléfono sonó a las nueve y media de
la noche. Tengo por costumbre desconectarlo a partir de las ocho. Esa vez me
olvidé de hacerlo.
Atendí de mala gana. Del otro lado de la
línea, una voz masculina pronunció mi nombre. Me pregunto:
─ ¿Usted es oriunda de Santa Martina?
La pregunta me irritó. Respondí con
sequedad
─ ¿Quién quiere saberlo?
Con tono intimidado dijo
─ Le hablo de Santa Martina señora…de la
escribanía Montes… soy el hijo del escribano Juan Montes…yo también soy
escribano
Recordé quien era de inmediato. En
aquella época – nuestra pre-adolescencia-
él tendría unos catorce años. Rubio, bajito. Miraba de soslayo al
hablar. Medía a su interlocutor, calculaba la respuesta. Sus ojos celestes, dulces,
se volvían felinos ante la expectativa. Lo llamaban el “hijo del escribano”.
Nadie le prestaba mucha atención. Quedaba desdibujado frente al magnetismo
seductor del padre, que era donde sí, estaban puestos los ojos de todos.
Fui cortante al responderle
─ Sé quién es usted. ¿Qué se le
ofrece?... ¿Por qué me llama a esta hora de la noche?...
Hizo una pausa prolongada. Le escuchaba el ir y venir de la
respiración. Adiviné el ritmo en la respuesta
─ Es sobre Magdalena Pigossi
señora…falleció…hace quince días
No pude hablar. Quedé fulminada, sin
fuerzas. Hacía más de treinta años que no tenía noticias de Magda ni de
Mercedes, ni de Helena. La memoria me devolvía en un ralentí el pasado guardado
que nunca pretendía recordar.
Cuando Magdalena llegó a Santa Martina
tenía once años. Su papá compró en remate el caserón que fuera de Aurelia
Márquez. Se mudó con su madre y su hermano tras la separación de sus padres.
La casa estaba separada de la mía por
una pared medianera. Desde el banco de casa veía el fondo de la de ella. Tenía
un arbusto de mimosa. Así le decían al
ligustro gigante que crecía cerca del mar, resistente al clima.
Magdalena se escondía debajo de él para fumar. Yo la espiaba agazapada en la
sombra, situación que me transformaba en cómplice de su transgresión. Una vez
me vio. Al rato apareció en la puerta de casa. Usaba un jardinero color
azul desteñido o gastado por el uso. El
cabello oscuro enmarañado en una trenza le serpenteaba sobre el hombro derecho.
Yo me iba acercando hacia ella lentamente,
tratando de prolongar el encuentro. Intuía, temía por lo que me diría. En tanto
ensayaba un pretexto que dejase mi curiosidad libre de culpa y pena, liberada
de enemigos y posibles sanciones. Ella debería entender que no lo hice por mal.
No todos los días encontramos vecinos
establecidos, fuera de temporada veraniega, de casi mi edad…fumando
ocultos debajo de un arbusto. La manera en que me habló me dejó más que
sorprendida. Frunció los labios como si fuera a dar un beso. Con gesto burlón,
o al menos eso me pareció, dijo
─ Hola, me llamo Magdalena. Todos me
dicen Magda o Maida. No me incomoda cualquiera de los dos apodos. Llámame como
más te guste.
Hablaba sin interrupciones. Sin comas,
parecía que se quedaba sin aire. Hacía una pausa cortita y seguía hablando. Yo
la observaba con las manos en los bolsillos para disimular el temblor de estas.
Esperaba que dijese algo sobre mi capacidad de espionaje. Para mí extrañeza no
mencionó nada. Más, me invitó para volver al día siguiente. Regrese al otro
día, correspondiendo a su invitación… y al siguiente de ese… y al otro… y al
otro. Así fue como me inicié en lo que para mí era en ese entonces, el arte de
fumar.
II
Bajé en la terminal de ómnibus a las
diez de la mañana. Santa Martina ahora tenía terminal, parada de taxis y hasta
un barcito donde tomar café, fuera para despabilarse de la modorra del viaje o
para valsear la espera del micro. El bar estaba lleno de parroquianos,
hermanados en el vaho de la ginebra.
Me dirigí, a paso lento, imaginando
baldosas en el fango, hacia la escribanía Montes. Observaba las fachadas de los
negocios nuevos (al menos para mí lo eran). Al menos a simple vista todo
parecía renovado distinto a como lo vi la última vez. Cuando me fui, como si
huyera de un mal sueño. Eso es lo que este pueblito significaba para mí y mis
amigas de la adolescencia, ahora lejanas.
Desdibujadas en mi memoria. Sonreí con sarcasmo al pensar: el orden del
tiempo no le alteró el producto a esta aldea con aire de prima dona. Entretanto, miraba al alrededor, por si al cruzarme con alguien,
este pudiese adivinar la mordacidad de mi pensamiento.
El descendiente del escribano Montes me estaba esperando. Se había
convertido en un hombre de mediana edad, calvo, un poco excedido de peso para
su estatura. Los ojos celestes cristalinos, no habían perdido ese contemplar
inquietante. El escribano Montes aseguró muy bien su estirpe en su vástago.
Abnegado y fiel para con él y solapadamente artero para con los demás. Con los
años, el hijo del escribano era un arma de doble filo, impredecible en las intenciones y el
pensamiento.
Me escudriñó. En cuanto lo hacía, se
embarullaba con las palabras. No sabía que decirme. Me dio el pésame. Preguntó
─ ¿usted conocía a Magdalena Pigossi?
─ Sí ─ Me encogí de hombros ─ ¿Quién
conocía verdaderamente a Magda? Esquiva y contradictoria. Nunca se mostraba del
todo. Se fue del pueblo a los dieciocho años y reapareció siete años más tarde.
Deambulaba misteriosa por la calle, con cierto atisbo de
hastío. Una vez la encontré en la puerta del supermercado. Fumaba. Escupía las
bocanadas de humo sin tragarlo. La humareda la volvía una figura
fantasmagórica. Me tomó por el brazo. Me
llevó aparte, para que nadie pudiera escuchar. Susurró
─
Sal de este pueblo. Está gente está corroída…enfermo. Vete lejos
mientras puedas
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