*Cuento publicado en II Certamen de Cuentos Navideños Ángeles Palazón Gonzalez - Editorial ADIH -España
EL
VIAJE
Acomodaba el equipaje cuando la vio. ¿
Qué hacía allí?. Miró el billete, decía bien claro: Compartimento 19 –Fecha –
Hora – Destino. Por último con letras pequeñas “El Tren de las Estrellas le
desea buen viaje.
Había pagado caro el pasaje para poder viajar solo sin tener que escuchar
la conversación fútil que en estos casos todo viajero cree necesaria. Más aún
en la víspera de navidad cuando los
sentimientos emergen a flor de piel y pareciera que el alma se apoderase por entero del
cuerpo. En estos casos, incluso más en
un viaje, todo es vivido en dimensiones mayores que en cualquier época del año.
Hablar nos hace andar por la monotonía del presente como si fuese el futuro
anhelado. La noción del tiempo se torna un espejismo que nos conduce a un
ensueño sin distinguir la realidad de la fantasía.
La miraba de reojo. Concentrado en encajar
la valija en el sitio indicado. Aprovechaba el momento para apaciguar el
fastidio provocado por la presencia de la desconocida.
Su temperamento disconforme y una
infancia difícil le llevaron a escoger pasar la navidad en un vagón de tren.
Lejos de los augurios de amor y paz. Ahora se veía obligado a compartir el espacio
con una mujer que nunca había visto. Enmascaró su estado de ánimo y, de pie,
frente a ella, le extendió la mano y dijo amablemente
─ Mi nombre es Gaspar Clement.
La mujer respondió con los labio
apretados, como simulando una mueca
─ Me llamo S.
─ ¿S? ─ repitió sorprendido
Ella no respondió, se limitó a mirar el
paisaje a través de la ventanilla. Después abrió un libro forrado en papel
madera y comenzó a leer.
Gaspar la observaba, mejor dicho, la
espiaba. Menuda, casi diminuta de piernas largas extendidas hasta rozar la
punta de sus zapatos, como una caricia
sublimada. Leve roce que podría servir de disculpas < No me di cuenta. Qué
torpe soy>. Al terminar de recorrerla
con la mirada llegó a la conclusión que S era una contradicción, por lo menos
físicamente, porque hasta el momento solo habían cruzado algunos monosílabos.
Una idea endiablada se apoderó de él. ¿Por qué no seducirla? y hacer del viaje
una aventura sexual. Sentir el riesgo de sucumbir con alguien que nunca había
visto. Ser arrastrado por la adrenalina caliente bajando, como un río en la
búsqueda desesperada de su cauce. Sabía muy bien cómo hacerlo. Era tan solo
utilizar las palabras exactas. El inicio al merodeo sensual. Encontrar el
vértice en el otro y acoplarse a él. Sentir el placer intensamente sin importar si será eterno o momentáneo. Absorto en estos pensamientos se sobresaltó al
escucharle decir
─Usted tiene nombre de rey mago.
Se alegró al oírla. Le servía de
argumento para llevar adelante su plan. Quedamente agregó
─ Mis hermanos se llaman Melchor y
Baltasar. Nuestros nombres se deben a que los tres nacimos un seis de enero, en
diferentes años, claro.
Ella esbozó una sonrisa pueril al
contestar
─Dentro de poco será su cumpleaños, y el
de sus hermanos.
Gaspar sintió una puntada imprecisa en
el cuerpo. Debía dejar de lado el dolor que convivía con él hacía años. Era el
momento de aprovechar la conversación y llevar adelante su plan. Sin pensar
demasiado arriesgo una frase.
─ Sus ojos son verdes y húmedos como una mañana en la campiña.
S pareció no escucharlo. Se había
sumergido nuevamente en la lectura. Gaspar, con aparente curiosidad le
preguntó.
─ ¿Qué está leyendo?
Ella cerró el libro. Antes de
responderle recorrió con la mirada las paredes del vagón, como si recién
descubriera que estas tenían tintes dorados.
─
Es una novela, se llama “El Viaje”
─ ¿De qué se trata?─ preguntó él
fingiendo interés
─Recién empecé a leer. Voy por la
primera página.
La repuesta sirvió de argumento para
Gaspar poder decir
─ No traje lectura, me la olvidé en
casa. Si usted fuera tan amable de leer en voz alta…para mí…
S inclinó el cuerpo hacía adelante y
apoyó los codos sobre las rodillas. Esta posición favorecía para que Gaspar
pudiese escuchar y al mismo tiempo ver los senos de la chica insinuándose por
el escote de la blusa de seda. Le disparó el corazón al pensar que tal vez S
buscaba lo mismo que él. Mujercita fingiendo ingenuidad cuando en realidad
escondía una piel felina y astuta. Gestos recíprocos, apenas perceptibles, lo impulsaban a continuar, por otro lado, albergaba el miedo al rechazo. Languidecía por
el deseo de poseerla. Estaba debatiéndose
en este mar de contradicciones cuando escuchó la voz de S comenzando a
leer en voz alta, como le había pedido
“Está
sentado frente al hogar a leños en la sala espaciosa. Lleva puesto el pullover
rojo que heredó de su hermano mayor cuando a éste no le sirvió más.
Escucha
a su madre, que está en el piso superior de la casa, entonar una canción de cuna. La voz de ella
le llega como si saliera de dentro de una espira y bocanadas de viento la
impulsaran, desde el cuarto de arriba, hasta la sala donde se encuentra,
sentado sobre el piso de madera rugosa. Imagina
la escena. Su mamá acunando a su hermano menor entre sus brazos.
Seguramente lo mira con ternura. No recuerda si su progenitora alguna vez lo
sostuvo en brazos. Si bien no pasó mucho tiempo, no puede recordar. Un dolor
agudo le punza el pecho <es el precio por ser el hermano del
medio>piensa. Frase trillada que escucha decir a menudo a su familia.
Mañana
será navidad. Esta noche es la gran
cena. Habrá dulces y pavo asado. Cuando todos duerman Papá Noel bajará por la
chimenea y dejará regalos. Él le pidió un tren eléctrico con estación de
pasajeros, puentes y paisajes. Ha rezado mucho para que su pedido se cumpla.
A
la mañana siguiente lo despiertan las voces alegres que llegan desde la sala.
Sale de la cama. Desciende la escalera lentamente, como para agregarle suspenso
a la sorpresa. Al llegar al último peldaño su hermano mayor le muestra el
regalo que acaba de recibir: una escopeta con las iníciales de él grabadas en
el culata. Tiene las mejillas encendidas y le grita eufórico
─
¡Voy a poder cazar codornices!
Va
hacia el árbol navideño. Las lucecitas con forma de velas aún están encendidas.
Su madre le alcanza dos envoltorios. El primero es una bufanda de lana color
marrón. El segundo un frasco de mermelada casera. En la etiqueta dice “Tutti
Fruti”. La madre le susurra al oído.
─
Santa tuvo poco dinero este año…Quien sabe los reyes…
Él
sabe que ella está mintiendo. Ellos no festejan del día de reyes”
S dejó de leer al notar que su oyente
tenía los ojos llenos de lágrimas. Estremecida le preguntó
─ ¿Se siente usted bien? ¿Puedo ayudarle
en algo?
Gaspar sentía el cuerpo lacerado de
dolor. Apenas pudo murmurar
─ Siéntese a mi lado por favor
Ella obedeció. Apoyó una mano en el
pecho de él prodigándole calor, mientras con las yemas de los dedos hacía
dibujos imaginarios sobre el corazón acongojado del hombre. Luego ambos se
quedaron dormidos.
Cuando Gaspar despertó S aún dormía, la
contempló… inerme, misteriosa…su cuerpo emanaba aromas únicos, dejando sus
sentidos sumidos en una nebulosa. Deseaba que lo acariciase otra vez, con las
manos y con la boca, que bebiese su esencia gota a gota hasta absorber entero,
sin piedad, su cuerpo dolorido.
Al despertar S le preguntó cuánto tiempo
había dormido y cuánto faltaba para llegar. Gaspar, alcanzándole una taza de
café respondió
─ Faltan dos días y dos noches para
llegar a destino
Ella bebió el café en silencio. Cuando
terminó sacó de su cartera un espejito y una barra labial. Comenzó a delinearse
los labios. Un ir y venir por la boca carnosa.
Los presionó con fuerza y dio fin al ritual recorriéndolos con la punta de la
lengua. Después se dirigió a Gaspar y le preguntó
─ ¿Quiere que continúe leyendo en voz
alta?
─ Sí, por favor ─respondió él
S comenzó a narrar
“Cuando
tenía dieciséis años sus padres lo llevaron al médico. Debido al dolor
indefinido que sentía en todo el cuerpo. Después de variados exámenes el doctor
Gonzaga diagnosticó un problema somático producido por la congoja del alma. Los
orientó a consultar una psicóloga. En realidad él necesitaba respuestas para sus innúmeras
preguntas. Con el tiempo confirmaría que su existencia, al igual que la de
todos, sobrelleva angustia y ésta,
pasado o presente, es la carga que debemos soportar en el misterio de ser y
estar.
Adelaida,
la psicóloga era una mujer cuarentona de origen germánico. Tenía la voz
aflautada y acostumbraba pintarse los labios de color rojo sangre. Este tono
resaltaba aún más los dientes grandes y desparejos.
A
los tres meses de frecuentar el consultorio de la mujer, esta le dio su
diagnosis:
─
Querido, padeces del síndrome del hermano del medio. Te sientes
relegado…olvidado por todos. La aflicción crece dentro de ti, se expande por
todo tu cuerpo provocándote dolor. También te preguntas por qué y para que
estás en este mundo. A veces deseas no haber nacido. Desembocas, sin
proponértelo en la abulia precedida por la desesperanza. Pero no debes inquietarte,
tu mirar desvalido tendrá consuelo, más de lo que imaginas.
La habitación apenas iluminada por la tenue
luz ámbar de un velador, mostró la sombra de la mujer aproximándose a él
felina. Lo llenó de caricias carmín. Sus
pechos desprendían flores, fluctuantes…perfumadas… bajaban por un rio caliente corriendo veloz entre las piernas. Flores arrasadoras como el
fuego, sublimes como una tarde de sol.
Sucumbía al placer…sin culpa…ingenuamente
perdido en la inocencia arrebatada astutamente.. Arremolinado en un torbellino sin palabras,
difícil de definir desde los sentidos.
Nunca
más volvió a ver a Adelaida pero hubo muchas otras que lo apaciguaron con igual
frenesí. Lamentablemente la sensual terapeuta no llegó a enseñarle el enigma
del sexo unido al amor. Se convirtió en un hombre que tan solo usufructuaba el
intercambio físico. Paliativo balsámico de su existencia que no le estremecía
el espíritu, sumergiendo su sentir en un profundo letargo. Como resultado de
ello, la angustia crecía dentro de sí
como una ameba presa en los recovecos de su cuerpo produciéndole un
dolor inexplicable que se diseminaba día a día.
Gaspar no pudo esconder el llanto. Con
la voz entrecortada dijo
─ Conozco muy bien ese sentimiento…el
corazón cerrado como un puño dentro del pecho…pesa…duele…nada lo alivia.
Navidades en soledad. Huir de todo y de todos…lejos y lejano. Contacto
excitante que atiende el mal por un momento…
S se aproximó con sigilo. Percibió la
necesidad de transformar las palabras en suave roce. Lo envolvió por completo
con su manto de misterio. Sus dedos largos y finos hurgaron el cuerpo lastimado
del hombre. Detonaba en el toque cada partícula de dolor albergada.
Él, mansamente, se dejaba llevar por esa
sensación desconocida. Era donde quería permanecer para siempre. Sin importar
las respuestas a las preguntas inacabadas. Suave…laxo…inimitable/ Armonía
perfecta/ Sortilegio deseado/ Enigma develado/ Rueda infinita de anhelos/Pasiones
a la deriva/ Ser pródigo en la sombra se debate. Padece aflicción/Sin amor/ Sin
noción.
Gaspar vibró, se agitó. Su ser tiritaba
turbado. Luego se adormeció en los brazos de S como un niño…dulce…calmo…
La mañana del veintiséis de diciembre el
guarda-inspector abrió la puerta del compartimiento diecinueve. Encontró a
Gaspar dormido, o creyó que él dormía. Al acercarse notó su cuerpo inerte. En
su regazo abrazaba un libro forrado en papel madera cuyas hojas estaban en
blanco.
Nora Ibarra