Gertrudis sufría de insomnio y acostumbraba pasar las
noches en su poltrona de cuero, al lado del hogar a leños frente al ventanal
por el que divisaba el bosque de eucalipto y la jaula de Mauro.
Fue una de esas noches que comenzó a ver sombras o mejor dicho, bultos semejantes a nubes negras
moviéndose con la velocidad del viento. Rodeaban la jaula de Mauro el león y se
iban con la misma velocidad con que habían llegado. Sucedió durante diez
días todas las noches.
Una mañana fue el bar del Gringo a contarle lo
sucedido. Lo encontró limpiando el mostrador.
─ Los vi Gringo te lo juro. Estaba bien despierta.
Creo que se quieren deshacer del pobre león enfermo. Algo me huele mal. Y más,
pienso que están tratando de envenenarlo. Él,
sin mirarla respondió
─Yo que usted Gertrudis no me metía. Me olvidaba de
todo lo que vio.
Gertrudis se agitó aún más
─No puedo hacer eso Gringo. Soy la presidenta de la
junta vecinal y la madrina de la sociedad protectora de animales. Si mis
sospechas son reales… si algo sucede… y yo no hubiese hecho nada…no podré
perdonármelo nunca.
─Gertrudis una vez más ¡No se meta! Usted no sabe
quién es esa gente en realidad.
Gertrudis lo interrumpió
─Dijeron que venían de Caleufú.
─ ¡Ah dijeron!…y de ahí a ser verdad… Son nómades van
de un lado para otro. No tienen raíces y están dispuestos a todo por un puñado
de monedas.
─Gringo me estás asustando.
El Gringo no la miraba. Continuaba frotando el
mostrador con el trapo húmedo como si quisiera sacarle brillo.
─Doña Gertrudis dos cosas: Primero Deje de espiar, es una mala costumbre que le
puede traer problemas. La segunda, si no puede dormir vaya a ver al doctor
Campos para que le recete algún remedio. Ahora si me permite, tengo que
trabajar.
Dicho esto se
fue a la cocina y la dejó sola en el medio del salón.
Eran las tres
de la tarde de un día de otoño en Santa
Martina. El viento esparcía nubes de
polvo impidiendo caminar a los pocos transeúntes que salía a la calle.
Los lugareños sumidos en el letargo del que solo se
despabilaban con el bullicio del verano, vieron esa tarde de otoño entrar los
carromatos abarcando de manera majestuosa la avenida principal.
Los carromatos eran casillas rodantes con un dibujo
identificando a quien pertenecía. El de la pareja de trapecistas tenía una
figura con la cara de los dos y el nombre de ambos en letras fluorescentes: Marina y Celso. Sobre el techo de uno de
los tráiler podía verse el nombre del circo en un cartel que imitaba al arco
iris: Gran Circo Agüero. Una voz
salía del altoparlante y saludaba a los curiosos que se asomaban a las ventanas
mimetizados en el paisaje de las avenidas por las que el circo iba pasando
– ¡Buenas tardes amigos. El Gran Circo Agüero
está aquí para alegría de todos. Los esperamos! – Repetía la voz afónica.
Completaba la caravana un camión mediano con acoplado
transportando la jaula del león. Único animal y estrella principal del
espectáculo, según era anunciado. Se le veía flaco y debilitado. El dueño del
circo le contó al intendente, cuando
éste salió a recibirlos, que venían de Caleufú, La Pampa y que durante la
estadía no habían podido conseguir carne para Mauro –el león – y que tuvieron
que alimentarlo con ración canina.
El intendente se comprometió a enviar al veterinario
del pueblo y ver que podían hacer por el animal
El circo se instaló en el terreno baldío cerca del
bosque de eucaliptos y frente a la casa de Gertrudis. Profesora de piano
jubilada, presidenta de la junta vecinal y madrina de la sociedad protectora de
animales.
Todo el pueblo se movilizó y colaboró con alimentos.
De día visitaban al león y hasta parecía que la fiera les agradecía. De noche,
en el horario de la función, el felino asistía a ésta desde su jaula colocada
dentro de la carpa, ya que no podía trabajar de tan debilitado.
Cada día Mauro recibía su dosis de suero vitaminado,
una buena alimentación basada en carne y era
controlado por el veterinario.
Durante el tiempo que el circo permaneció fue común
escuchar diariamente la voz del locutor anunciando la función y el parte médico sobre la salud del león
─Al querido pueblo de Santa Martina, les
informamos que Mauro aumentó diez kilos. Esto se debe a la buena voluntad y
abnegación de ustedes. En poco tiempo nuestro felino estrella estará nuevamente
en la arena para hacer las delicias de grandes y chicos.
El pueblo escuchó emocionado el anuncio. Tal como
acostumbraban, repartieron el boca a boca con la feliz noticia.
Esa tarde Gertrudis se vistió para ir a la reunión en
la municipalidad. Estarían reunidos la junta vecinal, concejales y el intendente
para resolver qué hacer con los perros que los turistas dejaban abandonados en
el pueblo al final de la temporada veraniega.
Miró el reloj, la reunión estaba prevista para las
cinco de la tarde. Observó a su alrededor y notó que las calles estaban
desiertas. No había gente, esto era normal en otoño pero tampoco había perros…Se
preguntó si ya habrían tomado alguna decisión sin consultarle…
Nora Ibarra
Curitiba-Brasil. Agosto 2015
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