viernes, 21 de agosto de 2015

Llegó el Circo



                                          
Gertrudis sufría de insomnio y acostumbraba pasar las noches en su poltrona de cuero, al lado del hogar a leños frente al ventanal por el que divisaba el bosque de eucalipto y la jaula de Mauro.
Fue una de esas noches que comenzó a  ver sombras o mejor  dicho, bultos semejantes a nubes negras moviéndose con la velocidad del viento. Rodeaban la jaula de Mauro el león y se iban con la misma velocidad con que habían llegado. Sucedió durante diez días  todas las noches.
Una mañana fue el bar del Gringo a contarle lo sucedido. Lo encontró limpiando el mostrador.
─ Los vi Gringo te lo juro. Estaba bien despierta. Creo que se quieren deshacer del pobre león enfermo. Algo me huele mal. Y más, pienso que están tratando de envenenarlo. Él,  sin mirarla respondió
─Yo que usted Gertrudis no me metía. Me olvidaba de todo lo que vio.
Gertrudis se agitó aún más
─No puedo hacer eso Gringo. Soy la presidenta de la junta vecinal y la madrina de la sociedad protectora de animales. Si mis sospechas son reales… si algo sucede… y yo no hubiese hecho nada…no podré perdonármelo nunca.
─Gertrudis una vez más ¡No se meta! Usted no sabe quién es esa gente en realidad.
Gertrudis lo interrumpió
─Dijeron que venían de Caleufú.
─ ¡Ah dijeron!…y de ahí a ser verdad… Son nómades van de un lado para otro. No tienen raíces y están dispuestos a todo por un puñado de monedas.
─Gringo me estás asustando.
El Gringo no la miraba. Continuaba frotando el mostrador con el trapo húmedo como si quisiera sacarle brillo.
─Doña Gertrudis dos cosas: Primero  Deje de espiar, es una mala costumbre que le puede traer problemas. La segunda, si no puede dormir vaya a ver al doctor Campos para que le recete algún remedio. Ahora si me permite, tengo que trabajar.
 Dicho esto se fue a la cocina y la dejó sola en el medio del salón.

Eran  las tres de la tarde de un día  de otoño en Santa Martina. El viento esparcía nubes  de polvo impidiendo caminar a los pocos transeúntes que salía a la calle.
Los lugareños sumidos en el letargo del que solo se despabilaban con el bullicio del verano, vieron esa tarde de otoño entrar los carromatos abarcando de manera majestuosa la avenida principal.
Los carromatos eran casillas rodantes con un dibujo identificando a quien pertenecía. El de la pareja de trapecistas tenía una figura con la cara de los dos y el nombre de ambos en letras fluorescentes: Marina y Celso. Sobre el techo de uno de los tráiler podía verse el nombre del circo en un cartel que imitaba al arco iris: Gran Circo Agüero. Una voz salía del altoparlante y saludaba a los curiosos que se asomaban a las ventanas mimetizados en el paisaje de las avenidas por las que el circo iba pasando
 – ¡Buenas tardes amigos. El Gran Circo Agüero está aquí para alegría de todos. Los esperamos! – Repetía la voz afónica.
Completaba la caravana un camión mediano con acoplado transportando la jaula del león. Único animal y estrella principal del espectáculo, según era anunciado. Se le veía flaco y debilitado. El dueño del circo le contó al  intendente, cuando éste salió a recibirlos, que venían de Caleufú, La Pampa y que durante la estadía no habían podido conseguir carne para Mauro –el león – y que tuvieron que alimentarlo con ración canina.
El intendente se comprometió a enviar al veterinario del pueblo y ver que podían hacer por el animal
El circo se instaló en el terreno baldío cerca del bosque de eucaliptos y frente a la casa de Gertrudis. Profesora de piano jubilada, presidenta de la junta vecinal y madrina de la sociedad protectora de animales.
Todo el pueblo se movilizó y colaboró con alimentos. De día visitaban al león y hasta parecía que la fiera les agradecía. De noche, en el horario de la función, el felino asistía a ésta desde su jaula colocada dentro de la carpa, ya que no podía trabajar de tan debilitado.
Cada día Mauro recibía su dosis de suero vitaminado, una buena alimentación basada en carne y era  controlado por el veterinario.
Durante el tiempo que el circo permaneció fue común escuchar diariamente la voz del locutor anunciando la función y el  parte médico sobre la salud del león
 ─Al querido pueblo de Santa Martina, les informamos que Mauro aumentó diez kilos. Esto se debe a la buena voluntad y abnegación de ustedes. En poco tiempo nuestro felino estrella estará nuevamente en la arena para hacer las delicias de grandes y chicos.
El pueblo escuchó emocionado el anuncio. Tal como acostumbraban, repartieron el boca a boca con la feliz noticia.
Esa tarde Gertrudis se vistió para ir a la reunión en la municipalidad. Estarían reunidos la junta vecinal, concejales y el intendente para resolver qué hacer con los perros que los turistas dejaban abandonados en el pueblo al final de la temporada veraniega.
Miró el reloj, la reunión estaba prevista para las cinco de la tarde. Observó a su alrededor y notó que las calles estaban desiertas. No había gente, esto era normal en otoño pero tampoco había perros…Se preguntó si ya habrían tomado alguna decisión sin consultarle…




                                                                   Nora Ibarra
                                                         Curitiba-Brasil. Agosto 2015




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