jueves, 31 de diciembre de 2015

Necesito un helado


Necesito un helado
no porque me gustan
simplemente
A veces quiero volver
a aquel refugio
maravilloso
llamado infancia
Necesito un helado
no solo para satisfacer 
mis papilas
Necesito un helado
que reconforte
mi niña perdida
que me demuestre
que vendrán 
tiempos mejores

  

                                            Nora Ibarra
                                      Camboriú - Brasil - 31/12/2015

lunes, 9 de noviembre de 2015

Ecos


Ya no quedan encantos
ni susurros
No hay voces hesitantes
murmurando el halago
Apenas rastros tenues
delatan la mirada sensible
Recuerdos agri-dulces
palpitan desde el pasado
lo que fue
lo que pudo ser
el abrazo infructuoso
se resguarda en la sombra
de una evocación perdida,
profunda...inacabada

                                                                     
                                                                     Nora Ibarra
                                                        Curitiba-Brasil Noviembre 2015
                                           

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Aste Nagusia


                                           
Recuerdo que esa mañana en le dije a mi madre que no quería ir a la Fiesta Grande porque los Gargantúa me daban miedo.
Ella me prometió que no nos aceraríamos a ellos. Iríamos a ver las konparsas y al txosna donde mis tíos estarían vendiendo pastelitos de arroz y refrescos.
Por la tarde, fuimos con mi prima a jugar al huerto del abuelo. Adorábamos jugar en ese lugar que olía a albahaca fresca.
Esta vez en el juego de las escondidas se unieron Juanito y Luis, dos niños que vivían en la misma cuadra que nosotras.
Cuando estaba apoyada en el árbol contando, percibí alguien que había alguien detrás de mí. Giré y vi un hombre vestido de negro. Usaba un gorro pasamontañas que le cubría el rostro, dejándole al descubierto los ojos.
Antes que pudiera gritar  me tapó la boca con un paño hasta desvanecerme. Lo último que escuché fue la voz de mi prima pronunciando mi nombre.
Desperté sobre una cama atada de pies y manos. El cuarto donde me encontraba estaba en penumbras, apenas se distinguía la claridad filtrándose por una ventanilla.
No sabía dónde estaba ni cuánto tiempo dormí. La cabeza me latía de tal manera que creí que el corazón se me había mudado de lugar.
Escuché que alguien abría la puerta. Fingí estar dormida. Le vi dejar sobre la mesa un tazón, una caja de cereales y otra de leche. Luego me desató.
Me dejé vencer por el sueño que llegó suavemente como un balanceo de cuna. Me despabilé con el sonido del Badatos Marijaia. Entonces supe que la Semana Grande de Bilbao había comenzado.
Minutos después oí la fanfarria de las konparsas pasando muy cerca de la casa, tal vez por  la puerta de esta.  ¿Me preguntaba donde estaba yo? ¿Notarían mi ausencia en casa? ¿Estarían buscándome?
Nuevamente la puerta se abrió.  El hombre del pasamontañas entró y me dijo
−No has tomado tu leche con cereales. ¿Qué debemos hacer contigo? Hace veinte años que estás aquí con nosotros y siempre la misma historia. ¡Anda, come tus cereales!−


Lo miré y quise gritar pero la vos no me salía. Fue cuando escuché la voz de mamá
−¡Ana despierta! Has vuelto a tener otra pesadilla−
Abrí los ojos y vi que ella estaba a mi lado acariciándome
−No quiero ir a la Semana Grande mamá. Los Gargantúa me dan miedo−

       
                                                                      Nora Ibarra
                                                          Curitiba-Brasil. Septiembre 2013




miércoles, 21 de octubre de 2015

Grupo Extramuros: Único como París


Único como París



Imposible  hablar de ti sin que los recuerdos me lastimen. Duele evocar cuando juntos, las palabras se diluían en  caricias deslizadas entre los dedos ávidos.
 
Después, nos fundíamos en el abrazo confuso.
 
Triste hablar de tu sobresalto y mi asombro. Temerosos que la realidad nos arrebatase el anhelo obligándonos a volver cada uno a lo suyo.
 
En el desasosiego me escurría por el borde la sábana, como quien está agazapado frente a un abismo.
 
Yo  iba a bajar… estaba dispuesto a descender hasta lo más profundo  sin importarme nada.
 
Recorro con la mirada el cuarto que tantas veces nos albergó. El mismo que aún guarda nuestra esencia. Está cambiado, yo también. Tal vez  preguntes que pasó…dudo que lo preguntes… después de todos estos años.
 
Tu ternura me distanció y mi pasión no nos unió.  No fue el tiempo en el que transcurrimos, sino la intensidad de lo que vivimos que me trajo hasta aquí.
 
Ni tu mezquindad ni mis celos prevalecieron en esta historia anónima que mantuvimos sin secretos y en la que nos herimos tanto. Nos conocimos a destiempo y solo nos causamos contratiempos.
 
Muchas veces te odié. Por momentos quise destruirte al verte entera y distante. Tan dueña de tu vida sin pensar en la mía. Hundiéndome en el desamparo. Pero es inútil…ya no estás aquí…apenas el fantasma de lo que fuiste se aproxima a mí sonriente.
 
Recorre por última vez la habitación con la mirada. Cierra la puerta, dobla el papel con la carta y la guarda en el bolsillo del gabán.
 
Al salir a la calle el viento frio lo sacude.  Se siente absurdo. Venir a París para reprochar una relación que apenas existió en su mente.
 
Nadie tuvo la culpa, menos aún esa chiquilina que vivía embrollada en su mundo donde lo transformó en un experimento sin más ni más.
 
Se pregunta qué es lo que mantiene vivo el recuerdo de alguien que fue para con él infantil y egoísta.
 
La respuesta está en el exacto vértice donde los sentimientos ambiguos emergen y se unen para asentir  que uno también ama aquello que tanto odia.  Basta dar rienda suelta a un amor único como París.
 


Nora Ibarra
Dibujo: Andrés Carlos López 

jueves, 8 de octubre de 2015

En un día cualquiera. Un pensamiento cualquiera

Me gustan las naranjas
en todas sus formas
Rugosas, perfumadas
En jugo o batidas
espuma que seduce
y captura anhelos
Desprende aromas
desde un budín
o en la penumbra
de mi cuarto
haciéndome dormir

                                                          Nora Ibarra
                                                  Curitiba-Brasil - Octubre 2015

jueves, 1 de octubre de 2015

Secreto Compartido - Publicado en la Revista Umbral




Mi cuento "Secreto Compartido" Seleccionado y publicado por la Editorial  de España ADIH (actual Trirremes), para el I Certamen de Cuentos Navideños "Ángeles Palazón Gonzalez" ha sido publicado por la Revista Umbral Nº12 - Página 22 a 26 inclusive 











sábado, 19 de septiembre de 2015

Si no me miran no se darán cuenta


Era la época de las medias de seda. Nuestras primeras medias y los zapatos con un tímido taquito, en ese momento era lo que se nos permitía usar. También usábamos el portaligas semi escondido entre la barriga y la bombacha entera, hasta la cintura, de algodón. En los dias de la menstruación era adicionaba la trusa. A pesar de las proyecciones y charlas en la escuela nuestras madres veían al período menstrual como un pecado y un futuro dolor de cabeza que no podrían evitar. La mia acostumbraba decirme << cuando te venga...no se lo cuentes a nadie y usá la trusa además de la bombacha ...para disimular. No te laves la cabeza ni te bañes>>. De manera que todos los meses debía pasar de tres a cinco dias sin bañarme!
Elsa estuvo un mes mirando la vidriera del kiosquito de doña Inés. Las medias eran exibidas en una media pierna de maniquí. Estirada, sensual, convidativa, parecía estar diciendo <<Llévame! Te vas a sentir una diosa cuando me luzcas! No era verdad que la pierna-maniquí hablara. Esto era producto de la imaginación de Elsa y sus doce años vividos frente a un televisor donde, en una propaganda la Miss Universo del momento la convencía y le repetía incansablemente "las medias que resaltarán tu femeneidad".
Elsa juntó dinero todo el mes. Iba y venía de la escuela caminando. Ahorraba el pasaje de colectivo, ese dinero sería destinado a la compra de las medias. Una tarde me llamó y me dijo
-Tengo las medias...Ahora me falta estrenarlas. Que tal si el sábado vamos a tomar el té a La Maison, la confiteria de Beiró y Lope de Vega...?
Era lo más lejops que nuestras madres no dejaban ir. Le dije que sí
-Sí, nos encontramos en la esquina y entramos juntas.
Ese dia me vestí con el vestido color rosa, de florcitas rococó, los  zapatos haciendo juego y el sombrero de rafia con lazo de satén, todo confeccionado por las manos habilidosas de mi abuela. Por supuesto, llevaría también las medias de seda. En mi caso habian sido compradas por mi tía en el Once.
Llegué primero y enseguida vi llegar a Elsa. Vestida de azul, pollera acampanada y zapatos charolados, y las medias de seda, claro. Tenía las piernas largas, le faltaban relleno en los musculos. Esto era común en todas las chicas de nuestra edad, lo cual dejaba al descubierto que eramos púberes. Las piernas no podíamos rellenarlas de algodón como a los Virtus, los corpiños infantiles que nos hacían sentir raras, "ni chicha ni limonada". Todo lo que nos quedaba era caminar con elegancia, o lo que entendíamos era la elegancia. Fingirnos cisnes, o patitos feos en el proceso de dejar de serlo.
Al llegar Elsa me dijo
-Y? Cómo me quedan?
-Bien...lindas...-respondía con el poco entusiasmo que me acompañada en esa etapa de mi vida en la que sentía mi cuerpo cambiar de un dia para otro. Prefería hablar poco de fisonomía alguna, tanto mia como de las otras.
Entramos a la confitería. Al entrar las parejas que ocupaban las mesas con un velador pequeño  en cada una, nos miraron. El mozo vino hacia nosotros y nos acomodó en una de las mesas cerca del ventanal cubierto de un cortinado de voile blanco, por el que se filtraba la luz y al mismo tiempo daba intimidad al ambiente.
Pedimos un té con masas, más que nada para aparentar autonomía, hasta quizá madurez para poder frecuentar ese lugar. Como sabíamos que solo pagaríamos las masitas que fueramos a consumir, elegimos una cada una.
Las personas seguían cvon la vista fija en nosotros. Sería por el sombrero que me había hecho mi abuela?
Elsa dijo
-Paguemos. Vamos al baño y después salimos a caminar, a mirar vidrieras...querés?
Yo dije sí. El fluir de mis hormonas no me me obstaculizaban el pensamiento y la capacidad de decisión. La  mayoría de las veces me dejaba llevar o convencer por la iniciativa de mis amigas.
Pagamos y nos dirigimos al toilet. Al salir del privado vi a Elsa; estaba peinándose frente al espejo. Recostaba su cuerpo contra el lavabo de mármol negro que producía un compossé con las baldosas también negras y las paredes blancas de donde pendían apliques con forma de candelabros y lamparitas simulando velas. Fue en ese momento cuando miré las piernas de Elsa. Las medias de seda le habían jugado una mala pasada. Se habían corrido, de abajo hacia arriba y viceversa. Parecían una cortina de esterilla o un tejido de macramé inconcluso. Atiné a decir
-Elsa...tus medias...
Me miró. Sonrió. Seguido agregó
-Sí, ya lo sé. Se corrieron al ponérmelas, pero estaba tan entusiasmada por estrenarlas que resolví salir con ellas así...corridas.
Sentí en carne propia su situación. Era bochornoso -para mí- que mi amiga estuviera en ese trance. Tenía que ayudarla. No sabía cómo. Le pregunté
-Ahora...que vamos a hacer?
Ella me miró de manera amigable. Me rodeó los hombros con su brazo y respondió
-Nada...que vamos a hacer...Vamos a salir tranquilas...disimulando y pensar que si no me mirán...no se darán cuenta.

                                                                    Nora Ibarra
                                                       Curitiba-Brasil - Septiembre 2015


jueves, 10 de septiembre de 2015

Hola Señor Ibsen


Soy Nora
Sin casa. Sin muñecas
Pasito de bailarina
acróbata sin red.
Sueños en el  ensueño
Tiempo en el destiempo
Rayitos de ternura
me mantienen viva
y un recuerdo intenso
apacigua mi angustia
en la incertidubre constante
de la vida.
Sin casa. Sin muñecas

                                                                      Nora Ibarra
                                                         Curitiba-Brasil, 10 de septiembre 2015


miércoles, 2 de septiembre de 2015

Ausencias



Un sabor amargo
me recorre
y la mentira emerge
en la sombra
Invadida de ausencia
brotan las palabras
y un roce de deseo
me acerca la tristeza

                                                                             Nora Ibarra
                                                                 Curitiba-Brasil. Septiembre 2015

viernes, 21 de agosto de 2015

Llegó el Circo



                                          
Gertrudis sufría de insomnio y acostumbraba pasar las noches en su poltrona de cuero, al lado del hogar a leños frente al ventanal por el que divisaba el bosque de eucalipto y la jaula de Mauro.
Fue una de esas noches que comenzó a  ver sombras o mejor  dicho, bultos semejantes a nubes negras moviéndose con la velocidad del viento. Rodeaban la jaula de Mauro el león y se iban con la misma velocidad con que habían llegado. Sucedió durante diez días  todas las noches.
Una mañana fue el bar del Gringo a contarle lo sucedido. Lo encontró limpiando el mostrador.
─ Los vi Gringo te lo juro. Estaba bien despierta. Creo que se quieren deshacer del pobre león enfermo. Algo me huele mal. Y más, pienso que están tratando de envenenarlo. Él,  sin mirarla respondió
─Yo que usted Gertrudis no me metía. Me olvidaba de todo lo que vio.
Gertrudis se agitó aún más
─No puedo hacer eso Gringo. Soy la presidenta de la junta vecinal y la madrina de la sociedad protectora de animales. Si mis sospechas son reales… si algo sucede… y yo no hubiese hecho nada…no podré perdonármelo nunca.
─Gertrudis una vez más ¡No se meta! Usted no sabe quién es esa gente en realidad.
Gertrudis lo interrumpió
─Dijeron que venían de Caleufú.
─ ¡Ah dijeron!…y de ahí a ser verdad… Son nómades van de un lado para otro. No tienen raíces y están dispuestos a todo por un puñado de monedas.
─Gringo me estás asustando.
El Gringo no la miraba. Continuaba frotando el mostrador con el trapo húmedo como si quisiera sacarle brillo.
─Doña Gertrudis dos cosas: Primero  Deje de espiar, es una mala costumbre que le puede traer problemas. La segunda, si no puede dormir vaya a ver al doctor Campos para que le recete algún remedio. Ahora si me permite, tengo que trabajar.
 Dicho esto se fue a la cocina y la dejó sola en el medio del salón.

Eran  las tres de la tarde de un día  de otoño en Santa Martina. El viento esparcía nubes  de polvo impidiendo caminar a los pocos transeúntes que salía a la calle.
Los lugareños sumidos en el letargo del que solo se despabilaban con el bullicio del verano, vieron esa tarde de otoño entrar los carromatos abarcando de manera majestuosa la avenida principal.
Los carromatos eran casillas rodantes con un dibujo identificando a quien pertenecía. El de la pareja de trapecistas tenía una figura con la cara de los dos y el nombre de ambos en letras fluorescentes: Marina y Celso. Sobre el techo de uno de los tráiler podía verse el nombre del circo en un cartel que imitaba al arco iris: Gran Circo Agüero. Una voz salía del altoparlante y saludaba a los curiosos que se asomaban a las ventanas mimetizados en el paisaje de las avenidas por las que el circo iba pasando
 – ¡Buenas tardes amigos. El Gran Circo Agüero está aquí para alegría de todos. Los esperamos! – Repetía la voz afónica.
Completaba la caravana un camión mediano con acoplado transportando la jaula del león. Único animal y estrella principal del espectáculo, según era anunciado. Se le veía flaco y debilitado. El dueño del circo le contó al  intendente, cuando éste salió a recibirlos, que venían de Caleufú, La Pampa y que durante la estadía no habían podido conseguir carne para Mauro –el león – y que tuvieron que alimentarlo con ración canina.
El intendente se comprometió a enviar al veterinario del pueblo y ver que podían hacer por el animal
El circo se instaló en el terreno baldío cerca del bosque de eucaliptos y frente a la casa de Gertrudis. Profesora de piano jubilada, presidenta de la junta vecinal y madrina de la sociedad protectora de animales.
Todo el pueblo se movilizó y colaboró con alimentos. De día visitaban al león y hasta parecía que la fiera les agradecía. De noche, en el horario de la función, el felino asistía a ésta desde su jaula colocada dentro de la carpa, ya que no podía trabajar de tan debilitado.
Cada día Mauro recibía su dosis de suero vitaminado, una buena alimentación basada en carne y era  controlado por el veterinario.
Durante el tiempo que el circo permaneció fue común escuchar diariamente la voz del locutor anunciando la función y el  parte médico sobre la salud del león
 ─Al querido pueblo de Santa Martina, les informamos que Mauro aumentó diez kilos. Esto se debe a la buena voluntad y abnegación de ustedes. En poco tiempo nuestro felino estrella estará nuevamente en la arena para hacer las delicias de grandes y chicos.
El pueblo escuchó emocionado el anuncio. Tal como acostumbraban, repartieron el boca a boca con la feliz noticia.
Esa tarde Gertrudis se vistió para ir a la reunión en la municipalidad. Estarían reunidos la junta vecinal, concejales y el intendente para resolver qué hacer con los perros que los turistas dejaban abandonados en el pueblo al final de la temporada veraniega.
Miró el reloj, la reunión estaba prevista para las cinco de la tarde. Observó a su alrededor y notó que las calles estaban desiertas. No había gente, esto era normal en otoño pero tampoco había perros…Se preguntó si ya habrían tomado alguna decisión sin consultarle…




                                                                   Nora Ibarra
                                                         Curitiba-Brasil. Agosto 2015




miércoles, 19 de agosto de 2015

Vos y Yo


Te propongo un juego
Vos y yo, a solas
en la nebulosa de nuestros ojos
Sin hablarnos, sin tocarnos
apenas percibirnos
en la noche necia
de la distancia

                                                                           Nora Ibarra
                                                              Curitiba-Brasil. Agosto 2015

martes, 11 de agosto de 2015

El Viaje*

*Cuento publicado en II Certamen de Cuentos Navideños Ángeles Palazón Gonzalez - Editorial ADIH -España


                                          EL VIAJE

Acomodaba el equipaje cuando la vio. ¿ Qué hacía allí?. Miró el billete, decía bien claro: Compartimento 19 –Fecha – Hora – Destino. Por último con letras pequeñas “El Tren de las Estrellas le desea buen viaje.
Había pagado caro el pasaje  para poder viajar solo sin tener que escuchar la conversación fútil que en estos casos todo viajero cree necesaria. Más aún en la  víspera de navidad cuando los sentimientos emergen a flor de piel y pareciera que  el alma se apoderase por entero del cuerpo.  En estos casos, incluso más en un viaje, todo es vivido en dimensiones mayores que en cualquier época del año. Hablar nos hace andar por la monotonía del presente como si fuese el futuro anhelado. La noción del tiempo se torna un espejismo que nos conduce a un ensueño sin distinguir la realidad de la fantasía.
La miraba de reojo. Concentrado en encajar la valija en el sitio indicado. Aprovechaba el momento para apaciguar el fastidio provocado por la presencia de la desconocida.
Su temperamento disconforme y una infancia difícil le llevaron a escoger pasar la navidad en un vagón de tren. Lejos de los augurios de amor y paz.  Ahora se veía obligado a compartir el espacio con una mujer que nunca había visto. Enmascaró su estado de ánimo y, de pie, frente a ella, le extendió la mano y dijo amablemente
─ Mi nombre es Gaspar Clement.
La mujer respondió con los labio apretados, como simulando una mueca
─ Me llamo S.
─ ¿S? ─ repitió sorprendido
Ella no respondió, se limitó a mirar el paisaje a través de la ventanilla. Después abrió un libro forrado en papel madera y comenzó a leer.
Gaspar la observaba, mejor dicho, la espiaba. Menuda, casi diminuta de piernas largas extendidas hasta rozar la punta de sus zapatos,  como una caricia sublimada. Leve roce que podría servir de disculpas < No me di cuenta. Qué torpe soy>.  Al terminar de recorrerla con la mirada llegó a la conclusión que S era una contradicción, por lo menos físicamente, porque hasta el momento solo habían cruzado algunos monosílabos. Una idea endiablada se apoderó de él. ¿Por qué no seducirla? y hacer del viaje una aventura sexual. Sentir el riesgo de sucumbir con alguien que nunca había visto. Ser arrastrado por la adrenalina caliente bajando, como un río en la búsqueda desesperada de su cauce. Sabía muy bien cómo hacerlo. Era tan solo utilizar las palabras exactas. El inicio al merodeo sensual. Encontrar el vértice en el otro y acoplarse a él. Sentir el placer intensamente sin  importar si será eterno o momentáneo.  Absorto en estos pensamientos se sobresaltó al escucharle decir

─Usted tiene nombre de rey mago.
Se alegró al oírla. Le servía de argumento para llevar adelante su plan. Quedamente agregó
─ Mis hermanos se llaman Melchor y Baltasar. Nuestros nombres se deben a que los tres nacimos un seis de enero, en diferentes años, claro.
Ella esbozó una sonrisa pueril al contestar
─Dentro de poco será su cumpleaños, y el de sus hermanos.
Gaspar sintió una puntada imprecisa en el cuerpo. Debía dejar de lado el dolor que convivía con él hacía años. Era el momento de aprovechar la conversación y llevar adelante su plan. Sin pensar demasiado arriesgo una frase.
─ Sus ojos son verdes y húmedos  como una mañana en la campiña.
S pareció no escucharlo. Se había sumergido nuevamente en la lectura. Gaspar, con aparente curiosidad le preguntó.
─ ¿Qué está leyendo?
Ella cerró el libro. Antes de responderle recorrió con la mirada las paredes del vagón, como si recién descubriera que estas tenían tintes dorados.
─  Es una novela, se llama “El Viaje”
─ ¿De qué se trata?─ preguntó él fingiendo interés
─Recién empecé a leer. Voy por la primera página.
La repuesta sirvió de argumento para Gaspar poder decir
─ No traje lectura, me la olvidé en casa. Si usted fuera tan amable de leer en voz alta…para mí…
S inclinó el cuerpo hacía adelante y apoyó los codos sobre las rodillas. Esta posición favorecía para que Gaspar pudiese escuchar y al mismo tiempo ver los senos de la chica insinuándose por el escote de la blusa de seda. Le disparó el corazón al pensar que tal vez S buscaba lo mismo que él. Mujercita fingiendo ingenuidad cuando en realidad escondía una piel felina y astuta.  Gestos recíprocos, apenas perceptibles,  lo impulsaban a continuar, por otro lado,  albergaba el miedo al rechazo. Languidecía por el deseo de poseerla. Estaba debatiéndose  en este mar de contradicciones cuando escuchó la voz de S comenzando a leer en voz alta, como le había pedido
“Está sentado frente al hogar a leños en la sala espaciosa. Lleva puesto el pullover rojo que heredó de su hermano mayor cuando a éste no le sirvió más.
Escucha a su madre, que está en el piso superior de la casa,  entonar una canción de cuna. La voz de ella le llega como si saliera de dentro de una espira y bocanadas de viento la impulsaran, desde el cuarto de arriba, hasta la sala donde se encuentra, sentado sobre el piso de madera rugosa. Imagina  la escena. Su mamá acunando a su hermano menor entre sus brazos. Seguramente lo mira con ternura. No recuerda si su progenitora alguna vez lo sostuvo en brazos. Si bien no pasó mucho tiempo, no puede recordar. Un dolor agudo le punza el pecho <es el precio por ser el hermano del medio>piensa. Frase trillada que escucha decir a menudo a su familia.
Mañana será  navidad. Esta noche es la gran cena. Habrá dulces y pavo asado. Cuando todos duerman Papá Noel bajará por la chimenea y dejará regalos. Él le pidió un tren eléctrico con estación de pasajeros, puentes y paisajes. Ha rezado mucho para que su pedido se cumpla.
A la mañana siguiente lo despiertan las voces alegres que llegan desde la sala. Sale de la cama. Desciende la escalera lentamente, como para agregarle suspenso a la sorpresa. Al llegar al último peldaño su hermano mayor le muestra el regalo que acaba de recibir: una escopeta con las iníciales de él grabadas en el culata. Tiene las mejillas encendidas y le grita eufórico
─ ¡Voy a poder cazar codornices!
Va hacia el árbol navideño. Las lucecitas con forma de velas aún están encendidas. Su madre le alcanza dos envoltorios. El primero es una bufanda de lana color marrón. El segundo un frasco de mermelada casera. En la etiqueta dice “Tutti Fruti”. La madre le susurra al oído.
─ Santa tuvo poco dinero este año…Quien sabe los reyes…
Él sabe que ella está mintiendo. Ellos no festejan del día de reyes”

S dejó de leer al notar que su oyente tenía los ojos llenos de lágrimas. Estremecida le preguntó
─ ¿Se siente usted bien? ¿Puedo ayudarle en algo?
Gaspar sentía el cuerpo lacerado de dolor. Apenas pudo murmurar
─ Siéntese a mi lado por favor
Ella obedeció. Apoyó una mano en el pecho de él prodigándole calor, mientras con las yemas de los dedos hacía dibujos imaginarios sobre el corazón acongojado del hombre. Luego ambos se quedaron dormidos.
Cuando Gaspar despertó S aún dormía, la contempló… inerme, misteriosa…su cuerpo emanaba aromas únicos, dejando sus sentidos sumidos en una nebulosa. Deseaba que lo acariciase otra vez, con las manos y con la boca, que bebiese su esencia gota a gota hasta absorber entero, sin piedad, su cuerpo dolorido.
Al despertar S le preguntó cuánto tiempo había dormido y cuánto faltaba para llegar. Gaspar, alcanzándole una taza de café respondió
─ Faltan dos días y dos noches para llegar a destino
Ella bebió el café en silencio. Cuando terminó sacó de su cartera un espejito y una barra labial. Comenzó a delinearse los labios. Un  ir y venir por la boca carnosa. Los presionó con fuerza y dio fin al ritual recorriéndolos con la punta de la lengua. Después se dirigió a Gaspar y le preguntó
─ ¿Quiere que continúe leyendo en voz alta?
─ Sí, por favor ─respondió él
S comenzó a narrar
“Cuando tenía dieciséis años sus padres lo llevaron al médico. Debido al dolor indefinido que sentía en todo el cuerpo. Después de variados exámenes el doctor Gonzaga diagnosticó un problema somático producido por la congoja del alma. Los orientó a consultar una psicóloga. En realidad él  necesitaba respuestas para sus innúmeras preguntas. Con el tiempo confirmaría que su existencia, al igual que la de todos, sobrelleva  angustia y ésta, pasado o presente, es la carga que debemos soportar en el misterio de ser y estar.
Adelaida, la psicóloga era una mujer cuarentona de origen germánico. Tenía la voz aflautada y acostumbraba pintarse los labios de color rojo sangre. Este tono resaltaba aún más los dientes grandes y desparejos.
A los tres meses de frecuentar el consultorio de la mujer, esta le dio su diagnosis:
─ Querido, padeces del síndrome del hermano del medio. Te sientes relegado…olvidado por todos. La aflicción crece dentro de ti, se expande por todo tu cuerpo provocándote dolor. También te preguntas por qué y para que estás en este mundo. A veces deseas no haber nacido. Desembocas, sin proponértelo en la abulia precedida por la desesperanza. Pero no debes inquietarte, tu mirar desvalido tendrá consuelo, más de lo que imaginas.
 La habitación apenas iluminada por la tenue luz ámbar de un velador, mostró la sombra de la mujer aproximándose a él felina. Lo llenó de caricias carmín. Sus  pechos  desprendían flores,  fluctuantes…perfumadas… bajaban  por un rio caliente corriendo veloz  entre las piernas. Flores arrasadoras como el fuego, sublimes como una tarde de sol.
 Sucumbía al placer…sin culpa…ingenuamente perdido en la inocencia arrebatada astutamente..  Arremolinado en un torbellino sin palabras, difícil de definir desde los sentidos.
Nunca más volvió a ver a Adelaida pero hubo muchas otras que lo apaciguaron con igual frenesí. Lamentablemente la sensual terapeuta no llegó a enseñarle el enigma del sexo unido al amor. Se convirtió en un hombre que tan solo usufructuaba el intercambio físico. Paliativo balsámico de su existencia que no le estremecía el espíritu, sumergiendo su sentir en un profundo letargo. Como resultado de ello, la angustia crecía dentro de sí  como una ameba presa en los recovecos de su cuerpo produciéndole un dolor inexplicable que se diseminaba día a día.
Gaspar no pudo esconder el llanto. Con la voz entrecortada dijo
─ Conozco muy bien ese sentimiento…el corazón cerrado como un puño dentro del pecho…pesa…duele…nada lo alivia. Navidades en soledad. Huir de todo y de todos…lejos y lejano. Contacto excitante que atiende el mal por un momento…
S se aproximó con sigilo. Percibió la necesidad de transformar las palabras en suave roce. Lo envolvió por completo con su manto de misterio. Sus dedos largos y finos hurgaron el cuerpo lastimado del hombre. Detonaba en el toque cada partícula de dolor albergada.
 Él, mansamente, se dejaba llevar por esa sensación desconocida. Era donde quería permanecer para siempre. Sin importar las respuestas a las preguntas inacabadas. Suave…laxo…inimitable/ Armonía perfecta/ Sortilegio deseado/ Enigma develado/ Rueda infinita de anhelos/Pasiones a la deriva/ Ser pródigo en la sombra se debate. Padece aflicción/Sin amor/ Sin noción.
Gaspar vibró, se agitó. Su ser tiritaba turbado. Luego se adormeció en los brazos de S como un niño…dulce…calmo…

La mañana del veintiséis de diciembre el guarda-inspector abrió la puerta del compartimiento diecinueve. Encontró a Gaspar dormido, o creyó que él dormía. Al acercarse notó su cuerpo inerte. En su regazo abrazaba un libro forrado en papel madera cuyas hojas estaban en blanco.



                                                                               Nora Ibarra
                                                                   

lunes, 10 de agosto de 2015

Oda a la Cursilería


Claro!!! Como no me di cuenta antes!!!
Jinetes querulantes siempre jactantes
Diosas enfrascadas después cirugiadas
Poetisas resentidas que el holograma
 no olvida
Vengan...vengan...
completen mi mente
en esta oda a la cursilería
No importa si el status
resulta snobismo
Vengan...vengan
traigan sus ideas
cuanto más inalcanzables
más amadas son.

                                                                     Nora Ibarra
                                                           Curitiba-Brasil - Agosto 2015


viernes, 24 de julio de 2015

La Rotonda del Pirata

               LA ROTONDA DEL PIRATA  

                                                                                             Grecia, Marzo de 2013

De joven tuve la fantasía que venía a Grecia con mi amante y concebíamos un hijo en el tranco del paisaje. Treinta años después, mi amante ya no está y el hijo no fue concebido.
 Mi razón de ser en este lugar es fruto de un deseo, un sueño cumplido. Un puñado de recuerdos me trajeron hasta aquí intensificados por el aura de la inminente vejez. Puedo entender por qué los viejos viven de los recuerdos. Estos los mantienen vivos en cuanto marchan por un sendero sin futuro.
Cuando jóvenes no nos damos cuenta de ello. Unimos el pasado –nuestro origen- al presente que  establece nuestra presencia en la vida. Después el aquí y ahora será un recuerdo, a veces nítido, otras tibio, con sabor agridulce.
Recostada sobre la baranda de la galería, contemplo el mar de un azul vibrante. Me retrotrae a otro mar, lejano…frio e impetuoso. Siempre agitado por un viento huracanado. El mismo que dejó su marca registrada en Santa Martina. Lugar que no me trajo paz y   nunca fui bien recibida.  En  esa época me torné incrédula, con una sombra imperceptible en la mirada denotando una tumultuosa serenidad.
Rondando en mi soledad
en lo oscuro te contemplo
Te imagino inmerso
en un paisaje azúl
al que Dios…Mahoma
o vaya a saber quien
pinceló con matices verdes
y flores rojas
Leo tu libro una vez más
Releerlo me lleva
a aquellos lugares comunes
a los que acudo cuando
en la distancia
 me salpican los recuerdos

Él me encendía. Me desvestía con la mirada y yo me enfurecía. Cuando no lo hacía…yo lo provocaba. Era  un juego de gatos. Un merodeo sensual vivido de a ratos.   Un leve roce, una mirada nos bastaba para perdernos en el deleite mutuo. No fue el tiempo que transcurrimos juntos sino la intensidad del mismo la que nos acercaba.  En esa época me sentía feliz. Ignoraba que la felicidad es apenas un estado de ánimo, un paliativo inventado por la razón para ayudarnos a apaciguar la angustia.
 Yo debía pagar por tanto goce. Por concebir la vida como un juego donde no hay triunfo sin derrota. Por pretenderme hacedora de mi destino impulsado desde el amor y el placer de estar viva. Me impuse el auto-exilio refugiándome en Santa Martina.
 Llegué una mañana de sol entre confusa y fugada. Enfrenté el desamor de mi madre y la mezquindad de mi hermano, quien años antes me dejara en la calle.  Aprendí a convivir con la desdicha. Un rictus de amargura se instaló en la comisura de mis labios. Nunca más se fue.
Los lugareños que cruzaba al pasar me clavaban su mirar huraño y malicioso. Me confirmaban en el gesto mi no pertenencia al lugar. Ellos tampoco eran de allí, solo que no lo sabían y actuaban como si fuesen dueños de esa tierra ficticia apodada <el paraíso de la costa>.
Era una utopía esconder mi sentimiento. Imposible huir de ello sin antes completar el estadio. El escarmiento no ayudó al olvido. Estaba a la deriva, presa en mis emociones.
Anoche soñé tu rostro
Moreno…intenso…
difuso en el tiempo
Deshilé con mi boca
cada hebra de misterio
Suave oscilar
en la maraña oscura
de tu pelo
El túnel de tus ojos
fue mi cáliz de deseos
Me arrastraron las ansias
Besos prohibidos
Lengua en la lengua
un mapa furtivo
Anoche, despierta,
Soñé contigo
No estoy segura si fue un sueño o una premonición enraizada en el deseo.  El presagio se confirmó al oír tu voz en el teléfono. Vendrías a buscarme. A rescatarme del marasmo en el que me encontraba gravitando. Como una vieja dama anquilosada, la angustia  me brotó a borbotones resbalando por mi rostro en hebras de agua y sal.
Llegaste en medio de la noche. Con la emoción en resguardo y el silencio por cómplice No hubo palabras. Solo  un abrazo estrecho. Respiramos acompasados en el vaivén infinito de nuestros cuerpos.  Impiadosos…voraces. No recuerdo si después bebimos whisky, ron o el té del fruto de la pasión. Suave…amorosamente nos adormecíamos ensimismados el uno en el otro. Tus manos ágiles hábilmente me hurgaban.
Por la mañana, aún en el ensueño, hicimos el amor, una y otra vez. El ángulo perfecto, el vértice exacto guiándonos en la vorágine del deseo.  Fue cuando dijiste <quiero que vuelvas. Que estés conmigo>.
Posteriormente nos vestimos. Salimos a la calle. Caminamos juntos amalgamados de tierra y salitre. Bordeamos La Rotonda del Pirata y entramos a tomar un café mientras aguardaríamos el micro que te llevaría al mundo real. Comencé a contarte la leyenda mito-realidad del lugar donde estábamos bebiendo el café de a sorbitos, como si al hacerlo detuviésemos ese momento inimitable de los dos para siempre.
─Llegaron a Santa Martina cuando esta era apenas un puñado de arena. Venían de todas partes cargados de esperanza. Dispuestos a olvidar. Y la  línea de desarraigo surcándoles la piel.
Los hermanos Juan Luis y Eduardo Iturralde heredaron de su tío abuelo setecientas hectáreas  de campo ubicadas en el solar del Partido de la Costa. A cuatrocientos kilómetros de Ciudad Grande.
Bautizaron al esbozo de villa balnearia Santa Martina. En memoria de la hermana que falleció a los trece años de difteria. Juan Luis se encantó tanto por el lugar que resolvió radicarse allí junto con Lucía, su esposa y Fermín, el primogénito de ambos. Construyó una casa de piedra frente a la playa, cerca del espigón que era frecuentado, de día y de noche, por los primeros pobladores.
Juan Luis trazó los planos de la futura comarca. Proyectaba con visión de futuro porque soñaba con que un día el embrión de aldea fuese famoso, y así fue, solo que junto con el progreso vendrían el infortunio para unos y la desdicha para otros.
A cien metros de la arcada de acceso al pueblo, la avenida principal era interrumpida por una parcela de tierra de forma circular. Juan Luis pensó en edificar allí el centro cultural. Los planes se modificaron cuando apareció un forastero que le ofreció una cuantía de dinero tres veces mayor que el valor real del terreno. La propuesta fue tan tentadora que no pudo menos que aceptar y trasladar su proyecto veinte cuadras abajo.
El comprador del terreno era un marinero griego. Con un halo de misterio, y  cierto aire mitológico -debido al origen- adjudicado por los demás habitantes que ellos mismos  enriquecían con fábulas. 
Orestes, ese era su nombre, era un hombre de pocas palabras, mirada enigmática y barriga abultada oculta debajo de un saco de tweed raído, donde se creía, que  escondía las más exóticas piedras preciosas y hasta algún lingote de oro.
El marinero planeaba construir en el lugar una hostería y restaurante. Para vigilar de cerca la obra montó una tienda de campaña, como las de la segunda guerra y se instaló en ella. Los rumores sobre él iban y venían en Santa Martina. Como viajaba cada diez días y regresaba con cajas, que apilaba en la tienda de campaña, se corrió el rumor que era un pirata asaltante de barcos  que se apropiaba  de todo lo que hubiese a bordo de estos. Para todos, el enigmático hombre era un verdadero bandido y por qué no decirlo, un posible asesino de los siete mares.
Cuando la hostería estuvo lista para la inauguración, Orestes colocó un farol en la entrada, debajo de este, sostenido por dos cadenas, pendía un cartel fileteado que anunciaba el nombre del local “El Rincón Marino”. A todo esto el lugar ya había sido bautizado por los lugareños como “La Rotonda del Pirata”. Así fue como fue conocido en todas partes y junto con el Bar del Gringo, alcanzaría fama internacional.
Interrumpí el relato y te miré. No me escuchabas. Vagabas en una estrella, lejos…lejano…
Entonces entendí.  Habíamos tomado distintos rumbos que nos alejaban en el acercamiento. Era el comienzo del fin. No fue a mí a quien viniste a buscar sino al amor idealizado, infructuosamente buscado en cada una de las mujeres que creías amar. Siempre fue así y continuaría siendo.
Una fisura desgarradora me atravesó en cuerpo y alma. Oculté  la descubierta de esa verdad.  Te dejé partir. El  último saludo prolongado.  Nada sería igual. A partir de ese día  el deseo y el desencanto serían enterrados en el mismo pozo de la desolación.
Apenas un recuerdo furtivo
Ocasión recóndita que en el descuido
la memoria guardó.
De él no nacieron hijos
ni creció el amor.
Dos cuerpos unidos
en la nada absurda
levitan en el vacío
lejanía que el tiempo trae
en la brisa color ilusión.
Ahora, como antes
No habrá después.
Almas erráticas
Musitarán el miedo
Mientras cobijan
el secreto de una tarde de sol.

        
                                                   Nora Ibarra
                                             Curitiba-Brasil. Julio 2015