martes, 5 de abril de 2016

Cartas de Ida y Vuelta


Amor:
Tienes que ayudarme, creo que sufrí un accidente cerebral  mientras dormía o quizá un espíritu me robó la memoria. No recuerdo que sucedió cuando viniste a buscarme aquel día.  Desperté  sumida en una nebulosa donde mi cerebro va de estribor a babor sin atinar a nada.
¡Ayúdame por favor!

Celia. Querida:
Te ruego tengas calma. Es posible que tengas atesorado y guardado tanto ese momento para ti y en tú deseo de no compartirlo con nadie, tal vez esté en el fondo de la memoria, adormecido.
Llegué de noche con la luna por cómplice. Me orientó la pasión y el deseo de verte. Divisé  la casa en una elevación  envuelta en un manto oscuro. Una  luz mortecina me guió hasta tú cuarto. Dormías entre edredones. Me quité los zapatos y me recosté a tú lado para espiar tus sueños. Te percibí indefensa, a merced de mis caprichos.  Por un segundo me engañé. Me dije que eras mía. Me invadió un sentimiento de amo y esclavo. Fui el dueño de nuestra pasión, del secreto que nunca confesamos.
Al despertar me miraste estremecida y me preguntaste si era verdad que estaba allí contigo. Te tomé en mis brazos. Comencé a besarte. Después  fuimos uno solo y nos dormimos abrazados  en el calor de nuestros cuerpos fundidos.
Por la mañana bebimos café. Una despedida breve con una promesa que no se cumpliría. Creo que te asustaste tanto con ese augurio que lo sacrificaste antes de cristalizarse.
 La intensidad de lo vivido dio un sentido único a la relación destronando al tiempo y la distancia. Marcó un rumbo inusitado en nuestro sentir unido por un lazo imperceptible.
              Pronto estaré allí contigo

Tuyo
Jorge

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La llegada del invierno era incipiente. El aire olía a leños ardiendo en el hogar. Se acomodó en la poltrona con la carta en las manos. Con la mirada perseguía el vuelo de los pájaros. Notó que la gramilla había crecido y cambiado de color. Tenía ahora un tinte azulado.
Deambuló por la casa y, con un instinto animal,  buscó en los armarios el olor de Jorge. Reconocía como la excitaban las manos de él aún antes de las caricias. Cerró los ojos y pensó en la ternura y la mirada de su amante. Se sintió invadida por una vorágine de sensaciones...calor...tibieza...ardor...timidez...cuerpos exhaustos...Pero esta invocación no le bastaba. Quería de vuelta su recuerdo.
Solo Jorge podía traerle el pasado único y constante por el que se sentía viva. Cuando él llegase revivirian juntos ese instante furtivo que les pertenecía.

Celia está en el bar del Gringo aguardando a Jorge. Eligió una mesa próxima a la puerta, al lado del ventanal. Desde allí puede ver la Rotonda del Pirata. Revuelve el té humeante con la cucharita. Al retirarla salpica el contenido formando círculos. Imagina que este es un lago donde arroja pedregullos. Se inclina hacia la taza. El lago de té le muestra el rostro de una mujer envejecida con un trazo de amargura delineado en la boca. Se mira las manos rugosas y piensa "esa soy yo".

Un anciano de cabello blanco y ojos cansados está de pie frente a ella. Con vos dulce le dice
-Hola Celia, Como estás?
Ella lo mira perplejo y responde
-Quién es usted?


                                                      Nora Ibarra
                                          Curitiba - Brasil - Abril 2014