martes, 14 de mayo de 2013

Fragmento del Cuento: Los Dulces de Medea


Supimos que era griega cuando ella, su marido y el hijo de ambos se instalaron en el barrio en el local de la Avenida Calderón y Beiró.
Vivían arriba del negocio. Pintaron los marcos de las ventanas de la vivienda de color azul. Detrás de los vidrios se podían ver las cortinas de encaje, dando a la fachada una reminiscencia de aldea griega.
Eran discretos y casi no conversaban con los vecinos, tal  vez por la dificultad del idioma. Tratándose de griegos, el vecindario no demoró en contar algunas "mitologías" sobre ellos, más aún con el nombre que le dieron a la tienda: La Hechicera.
Allí vendían dulces, conservas y confituras, todas preparadas por las manos de la griega.
La griega era alta con cabellos negros ensortijados que sujetaba en la nuca con una hebilla de carey. Tenía ojos oscuros que le daban un marco de misterio a su cara de pómulos altos y labios pintados de color carmesí.
Lo que más me atraía en ella eran sus manos de dedos largos y refinados. Me subyugaba verla envolver la mercadería apenas rozando el papel sedoso con la punta de los dedos en una caricia tímida y sensual y, como por arte de magia, aparecía el envoltorio presagiando secretos sorpresas y alegría...   

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