viernes, 26 de octubre de 2012

El Secreto de Helena

Helena llegó a  la casa a las diez de la mañana. La recibió su abuela que de inmediato le comentó: - Los chicos no llegaron todavia, querés tomar unos mates?- . Helena le respondió que no y se desplomó en la vieja poltrona que estaba en la sala, desde allí observó a su abuela, aquella mujer parlanchina y autoritaria, se había convertido en una persona diminuta de ojos azules huniddos y húmedos.
Helena entrecerró los ojos fingiendo que estaba adormeciendo, en parte para descansar, en parte para que su abuela no le preguntara "como le estaba yendo". La anciana también la contemplaba como a una desconocida a quien los años habian transformado y al obser varla dejaba translucir la emoción que su nieta le producía.
Cuando Helena tenía ocho años sus padres se separaron. Su mamá se llevó a su hermano Andrés a vivir con ella y a Helena la dejó con su abuela.  A su padre no lo vio más hasta veinticinco años después.
Helena se quedó sola. Pasó a ser un huérfana con familia, (valga la paradoja). Su mamá la visitaba cada tanto y casi nunca prestaba atención en ella.
En su soledad ella sentía que su corazón se había transformado en un gran colador por donde se escapaban sus afectos.
Con los ojos cerrados comenzó a vivenciar los olores de la casa. La gramilla recién cortada, las flores silvestres, el jazminero que estaaba en el jardín de enfrente de la casa y que perfumaba el cuarto principal.
Esos aromas estaban dentro de ella y magicamente afloraban, como empezaban a despertar los recuerdos de su infancia vividos en aquella casona. El alboroto de sus primos (los chicos), la alegría mancomunada con la complicidad de las travesuras y las risas!!. Todo eso ya no estaba en la casa.
La vida de Helena había cambiado, su infancia y adolescencia no fueron fáciles.  En esa época vivía encerrada en sí misma como una tortuga en su caparazón; ella, igual que la tortuga, se desplazaba lentamente en su existencia y había desarrollado el hábito de "estar" sin ser vista.
La tristeza era su amiga incondicional, se refugiaba en los libros tratando de encontrar en ellos las respuestas y el cariño que no tenía.
La verdad que Helena era una persona querida por su abuela quien sabía toda la verdad sobre ella, sólo que la vieja no se permitía demostrárselo, siempre se vio en la obligación de preparar a su nieta para la vida "lo mejor posible".
Doña Carmen no se equivocó, a los diesciete años Helena empredió el vuelo y se fue de la casona. Conoció el amor y el placer que vinieron juntos con la traición y el egoismo.  Lloró bastante en su avidez por sentirse querida. Para sobrevivir debió antepóner el deber.
El tiempo fue moldeando una mujer con "excesivo raciocinio, desconfiada y difícil, con la habilidaed de percibir los acontecimientos antes que estos sucediesen. Lo peor de todo era la rabia que la cegaba y la dejaba envenenada, ronca de odio.
Helena hacía doce años que se había ido del país y el encuentro con sus primos en la casona la tenía ansiosa y curiosa.
Que había sido de "los chicos"?: Ezequiel y Joaquín, los gemelos se casaron jóvenes, tuvieron hijos y se divorciaron. Se casaron nuevamente, Joaquín, el más explosivo de los dos, estaba viviendo un romance con su actual mujer que lo revivió y le dio dos hijos hermosos.
Su prima Mirta Noemí estaba sola, apegada al pasado y viviendo el presente a través de él. El hermano de Mirta se había casado y vivía en el mayor hermetismo con respecto a sus parientes.
Benedict y Madeleine, "los chicos de oro" como los llamaba Doña Carmen, también estaban casados y tenían hijos. Benedict ya era abuelo. 
Gustavo, el benjamín, era músico y rodaba por el mundo en función de su música.  Eduardo era arquitecto y no mantenía relación con sus primos.
En cuanto a Andrés...Helena no quería pensar en él. Sentía algo confuso y desencontrado. Andrés continuaba desvalorizándola y tratando de manipularla, tal como sucedió en el pasado.
La vida de Andrés también no había sido fácil viviendo con su madre inestable y abusiva que lo condujo a un tobogán de emociones abismales y caóticas.
Sólo sentía pena por su mamá y su hermano, para ella dos extraños.  No se puede amar aquello que no se conoce, a aquellos con quienes no se convive, con quienes no existe la amistad de la crianza.
Decididamente: No lo podía resolver. Sentía que Debería cargar con esa historia mientras viviese, de hecho, había aprendido a convivir con ella como un diabético convive con su enfermedad. Con el tiempo, el fardo ya no le resultaba tan pesado.
- Parece que los chicos están atrasados...Vendrán? - dijo doña C armen
Helena le sonrió y respondió: - Na van a venir abuela, "los chicos ya no están". se fueron para darle paso a seres comprometidos con la Vida!


                                                                                Nora Ibarra
                                                                  Brasil, 26 de octubre de 2012


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